La huelga y los gorrones

 

(Un artículo del profesor Ramón Cotarelo para inSurGente).- Desde que Mancur Olson publicó su Lógica de la acción colectiva casi hace medio siglo, todo el mundo tiene clara cuál es la motivación del “gorrón” (free rider), consistente en aprovecharse de los bienes públicos, pero no contribuir a su sostenimiento. El ejemplo más conocido es el del polizón que viaja en transporte público sin pagar el billete. El gorrón o polizón obtiene un beneficio privado de un esfuerzo colectivo lo que, mirado desde la perspectiva estrecha de los intereses personales, es lo más racional que cabe hacer. Pero mirado desde la de los intereses colectivos es lo más irracional y autodestructivo, como se sabe desde la publicación de otro estudio ya clásico y concluyente en esta cuestión de la acción colectiva, La tragedia de los comunes, de Garret Hardin en 1968. Si todos los que viajamos en metro dejáramos de pagar el billete, el metro no funcionaría.

Olson aplicaba su teoría a todos los grupos de presión, especialmente a los sindicatos, y con ella explicaba muy atinadamente esa curiosa paradoja de que, siendo los sindicatos instrumentos esenciales en los logros de los trabajadores, tengan tan baja afiliación. Efectivamente, desde un punto de vista egoísta, si voy a beneficiarme de lo que los sindicatos consigan aun sin afiliarme lo mejor es no afiliarme: tengo los mismos resultados que los afiliados y me ahorro las cuotas. De ahí que los índices de afiliación sean tan bajos. Hay quien dice que eso no es así sino que las grandes centrales sindicales no tienen miembros (menos del 18 % de los trabajadores en España) porque no son verdaderamente luchadoras ni reivindicativas, sino reformistas y acomodaticias. Puede ser, pero la afiliación a otros sindicatos más combativos, como la CNT o la CGT todavía es más baja. O sea, que esa explicación es falsa.

Si haga lo que haga va a beneficiarse de un bien público producido por el esfuerzo colectivo, lo que hará el gorrón, el egoísta, será eso, nada. Cámbiese el término “gorrón” por el de esquirol y tendremos la explicación racional de porqué tanta gente fue a trabajar el día 29, porqué hubo tanto rompehuelgas. Y conste que me refiero a quienes fueron a trabajar sin necesidad porque nada de sus intereses peligraba. Esto es, aquí no se está hablando de los cientos de miles de trabajadores precarios que, queriendo hacer huelga, no pudieron por el riesgo cierto de perder su puesto de trabajo bajo chantaje empresarial. Una cosa es hacer lo que se debe y otra acometer heroicidades. Son esquiroles quienes rompen una huelga pudiendo secundarla, no quienes lo hacen bajo coacción.

El repudio moral que merecen los esquiroles está basado precisamente en ese matiz de gorroneo que tiene su actitud. Si la huelga triunfa, ellos se beneficiarán al igual que el resto de los trabajadores; si fracasa todavía estarán mejor que el resto porque a ellos no les descuentan el día de paga ni los señalan con el dedo ni sufren otro tipo de represalia que, quizá, el menosprecio de sus compañeros.

Estas consideraciones son especialmente oportunas en relación con la huelga del 29 de septiembre, sobre la que hay valoraciones tan dispares. Según la patronal y sus piquetes mediáticos fue un fracaso a pesar de los “piquetes violentos”. Según la valoración de los sindicatos, que este articulista suscribe, fue un triunfo a pesar de los aplastantes factores en contra: casi cinco millones de parados, casi once millones de precarios con miedo a perder su puesto de trabajo y una cantidad indefinida de gorrones, de esquiroles que fueron al tajo pensando que eran los más listos cuando eran los más inmorales puesto que es sólo debido a ellos por lo que la patronal puede (aunque indebidamente) cantar victoria. Y también los más estúpidos porque si la jornada hubiera sido de verdad una derrota de los trabajadores, los primeros que pagarían las consecuencias viendo cómo se deterioraban (aun más) sus condiciones de trabajo serían ellos, los complacientes con el patrón.