Castilla y León albergó 22 campos de concentración estables durante la guerra civil

 

MEMORIA HISTÓRICA: Campo de concentración. Un término, cargado ya de por sí en su contenido de connotaciones negativas, que a más de uno le trasladará la mente fuera de las fronteras de España, hacia el norte, y hacia la época de la Segunda Guerra Mundial y la Alemania nazi. Auschwitz, Treblinka, represión, Holocausto o genocidio son otros conceptos que también suelen asociarse al término. Un conjunto de ideas y hechos que parecen convertirse en material exclusivo de una zona y un momento de la historia. La caída del régimen nacionalsocialista de Hitler y los juicios de Núremberg, en los que se procesó a los responsables de los crímenes perpetrados en este período, hicieron que las atrocidades cometidas en los campos de exterminio salieran a la luz para horror de la opinión pública.

Aunque con un carácter más desconocido, ya que el régimen franquista se encargó de que así fuera, España también aportó su granito de arena a la historia de los campos de concentración en los comienzos de la Guerra Civil. Durante la contienda armada, se contabilizaron en el territorio español cerca de 188 espacios penitenciarios de este tipo, 104 de ellos estables, según el profesor e historiador zamorano Cándido Ruiz, quien se basa en un estudio del historiador Javier Rodrigo (publicado en el número 6 del año 2006 de la revista ’Hispania Nova’). De esta cifra, 22 de ellos se encontraban en superficie castellano y leonesa, una de las regiones que más campos albergó debido a las óptimas condiciones que reunía como «zona de retaguardia», explica Ruiz. La construcción de algunos de ellos se inició en «noviembre de 1936», dado que a medida que el bando nacional avanzaba terreno y posiciones, las cárceles se iban saturando y era necesario crear un método que sirviera para controlar a los prisioneros y sacar provecho de ellos.

La escasez de recursos que existía en aquel momento provocó que, en vez de construir instalaciones destinadas a este fin (como en el caso alemán), se adaptaron edificios ya existentes, muchos de los cuales aún permanecen en pie destinados a otras funciones. Los campos españoles se convirtieron en un espacio de privación de libertad en el que los internos no eran sometidos a procedimientos judiciales. Entre ellos se encuentran, en Toro (Zamora), el Hospital de la Convalecencia, actualmente destinado a una residencia de ancianos; el Hospital de la Cruz, hoy en día convertido en un centro de educación infantil, y el Asilo de la Fundación de la Marquesa de Valparaíso, en la actualidad sin uso. En la provincia de Valladolid, el Monasterio de la Santa Espina fue destinado en su día a espacio de reclusión. La plaza de las Ventas de Madrid constituyó otro de los edificios que sirvió para estos fines, explica Cándido Ruiz.

Batallones de Trabajadores De carácter «provisional y temporal», uno de sus objetivos principales fue la captación de mano de obra forzosa de los prisioneros de guerra, a los que se destinó a construir, entre otras infraestructuras, las trincheras de la vanguardia de los frentes a través de los Batallones de Trabajadores. Estos últimos surgieron, entre otras razones, a partir de los problemas económicos que le suponía al nuevo Estado mantener al elevado número de prisioneros. La situación derivó en una modificación de la política penitenciaria cuyo resultado fueron las «liberaciones masivas mediante el sistema de indultos» y la creación de una serie de destinos donde «utilizaban la mano de obra forzada mediante la redención de penas de trabajo», añade Ruiz. De esta manera se podían encontrar los destacamentos penales, las colonias penitenciarias militarizadas, los batallones disciplinarios de trabajadores, los talleres penitenciarios o los trabajos que se debían de llevar a cabo dentro de las propias cárceles.

Clasificación de internos Para ello se estableció un sistema de clasificación que permitiera diferenciar las causas de los internos. Las letras ’Aa’ significaban afecto; ’Ad’, afecto dudoso; ’B’, desafecto sin responsabilidades penales, y ’C’ y ’D’ se utilizaban para los mandos del ejército republicano, criminales y responsables políticos y sindicales.La Inspección Central de Campos de Concentración (ICCP) fue el organismo encargado en gestionar todos esta red de espacios de represión bajo el control de los mandos militares, que llegó a albergar a «cerca de medio millón de internos», señala el historiador zamorano. La cifra de reclusos fue disminuyendo a partir del final de la Guerra Civil, momento en el que la ICCP controlaba a 277.103 prisioneros en campos de concentración y a 90.000 en los Batallones de Trabajadores, en 1939. A principios de 1940 aún quedaban 92.000 presos en los campos, ya que algunos de ellos permanecieron abiertos después del enfrentamiento militar. El campo de concentración de Miranda de Ebro, en Burgos, fue el más importante y el más duradero, ya que sus cerca de 42.000 metros cuadrados permanecieron en funcionamiento hasta 1947. «Según Sánchez Albornoz -expone el profesor zamorano- los campos de la Alemania nazi se convirtieron en instrumentos despiadados de la guerra; los franquistas eso mismo, y algo más. Valieron para la represión de un país ensangrentado. Es decir – continúa Ruiz- sirvieron durante la guerra, como los nazis, pero luego también en la posguerra». Espacios que en su día fueron causantes del sufrimiento de miles de personas hoy borran su pasado destinándose a otros usos.

Más información: www.memorialibertaria.org

Fuente: Norte de Castilla